Con
la noche llegó también el hambre. Encendí las luces y me dispuse a preparar la
cena. Revisé los trastos de la cocina una y otra vez sin encontrar las especias para sazonar la carne. Deseaba con ansías una pizca de condimentos
secos. Visité a los vecinos tratando de resolver el asunto de los aliños;
las despensas desoladas evidenciaban la escasez de los días de crisis. Debo
decir, en honor a la verdad, que la lealtad a veces tiene un sabor insípido.
Volví a mi hogar con la decepción de una cena escuálida; sin más opción, me
comí el cuerpo desaliñado de mi hijo.
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